Nada hacía pensar que aquel sábado de primeros de junio, mi nena preciosa había decidido no aguantar más y prepararse para nacer unos quince días antes de lo previsto.
Quizá la movía el deseo de acariciar la piel de su mamá y sentir su calor, o quizá era el deseo de dormir sobre el pecho de su papá al compás de los latidos de su corazón. Así fue como a primera hora de aquel domingo, cuando los primeros rayos del sol de la mañana comenzaban a calentar, vino al mundo al lado de sus papás para alegrar nuestras vidas.
Casi sin darnos cuenta, hoy cumple su primer año de vida. Ha sido un tiempo de vida intensa para ella. Ha aprendido muchas cosas: a saborear el frescor de las frutas, a bañarse en el mar, a sentarse, a reir, a gatear, a mantenerse de pie, a balbucear sus primeras palabras, a querer, a ser querida y a infinidad de cosas más, y todo ello ha hecho de ella una niña risueña, sana, simpática, cariñosa, curiosa, buena y una gran observadora que parece querer aprenderlo todo, en definitiva, es una niña feliz.
También ha conocido a mucha gente, a personas que la quieren muchísimo y a las que ella también quiere, a juzgar por sus sonrisas y la alegría de sus ojos cada vez que las ve. Se alegra estando con sus papás, por supuesto, pero también con sus tíos, primos, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. Sí, sí, porque mi nena preciosa tiene tatarabuelos y ha cruzado el océano en un viaje de miles de kilómetros para conocerlos y para conocer también a sus otros bisabuelos y a más tíos y primos. ¡Ay, la nena salió viajera!
Y hoy, mientras la mañana despierta, ella vivirá su primer cumpleaños y yo me siento feliz con ella, esperando poder participar de todos los grandes y pequeños momentos de su vida, estando siempre a su lado, dándole todo mi amor.
¡Feliz cumpleaños, preciosa!