De nuevo es miércoles y hoy he querido que fuera de poesía, un miércoles más y seguro que un miércoles menos para el final. Cuando termine esta crisis sanitaria mundial tan brutal que nos ha atacado yo seré distinta y por eso he elegido este poema tan especial del gran
MARIO BENEDETTI
DISTINTA
Se me ocurre que vas a llegar distinta no exactamente más linda ni más fuerte ni más dócil ni más cauta tan solo que vas a llegar distinta como si esta temporada de no verme te hubiera sorprendido a vos también quizá porque sabes cómo te pienso y te enumero
después de todo la nostalgia existe aunque no lloremos en los andenes fantasmales ni sobre las almohadas de candor ni bajo el cielo opaco
Mario Benedetti. Uruguay, 1920-2009
yo nostalgio tu nostalgias y cómo me revienta que él nostalgie
tu rostro es la vanguardia tal vez llega primero porque lo pinto en las paredes con trazos invisibles y seguros
no olvides que tu rostro me mira como pueblo sonríe y rabia y canta como pueblo y eso te da una lumbre inapagable ahora no tengo dudas vas a llegar distinta y con señales con nuevas con hondura con franqueza
sé que voy a quererte sin preguntas sé que vas a quererme sin respuestas.
Desde la parada del autobús veo la Universidad aún vacía. Solo de vez en cuando algún alumno cruza por el campus, quizá ultimando los trámites finales de su matrícula, o escogiendo alguna asignatura de elección dudosa. Hoy llueve y el cielo está muy gris, es un día preludio del otoño. A mí me asalta la nostalgia y el recuerdo de aquellos años, ya lejanos, cuando esperaba expectante el inicio de un nuevo curso universitario.
Asomado al balcón, debatiéndose entre la vida que bulle en la calle y la novela que ha empezado a escribir pero que no le satisface, el escritor se ve asaltado por el recuerdo de una conversación que tuvo lugar cincuenta años antes, en otro balcón, con su madre. «Yo tenía dieciséis años, y mi madre cuarenta y siete. Mi padre, con cincuenta, había muerto en mayo, y ahora se abría ante nosotros un futuro incierto pero también prometedor». Este libro es la narración emocionante de una infancia en una familia de labradores en Alburquerque (Extremadura), y una adolescencia en el madrileño barrio de la Prosperidad.
Es también el relato, a veces de una implacable sinceridad, otras chusco y humorístico, de por qué oscuros designios del azar un chico de una familia donde apenas había un libro logra encontrarse con la literatura y ser escritor. Y de sus vicisitudes laborales en comercios, talleres y oficinas, mientras estudia en academias nocturnas, empeñado en ser un hombre de provecho. Pero dispuesto a tirarlo todo por la borda para ser guitarrista, y vivir como artista. Y en ese universo familiar de los descendientes de hojalateros, surge un divertidísimo e inagotable caudal de historias y anécdotas en el que se reconoce la historia reciente.
Luis Landero – Alburquerque (Badajoz), 1948
El balcón en inviernose mueve principalmente entre la fantasía y la realidad como ocurre en toda su obra, encontrando la absoluta genialidad en el texto sobre el baile del autor con Sofía Loren ¡fascinante!.
Nos habla de la nostalgia, de la vida rural y su práctica desaparición, del transcurrir del tiempo y de la importancia de las relaciones familiares, de la memoria, de la intensa y estrecha relación con su madre y la presencia de un padre fallecido demasiado pronto. Y entre todo, las notas de humor en los fragmentos más dramáticos, rodeando todo el texto de ese estilo tan evocador y tan impactante, tan Luis Landero.
En la faja que abraza El balcón en invierno, aparece una frase que dice: «El libro más sincero y probablemente más hermoso de Luis Landero». No sé si es el mejor de todos, pero sí el más hermoso, el más conmovedor, el más nostálgico, el más Landero, ese que no puedes perderte.
«Una obra de ineludible lectura… que ni al lector más prevenido dejará indiferente», ha dicho J.M. Pozuelo-Yvancos, Abc Cultural. Y yo, estoy de acuerdo.
¡Felices lecturas, amig@s!
Si alguien desea tenerlo, lo tengo en la librería dispuesto a viajar donde tú digas.
En esta ocasión he tenido la gran suerte de leer este libro en su lengua original, lo que me ha proporcionado algún matiz que seguro no hubiera encontrado en una traducción.
Premiado con el Premio Josep Pla de prosa en catalán 2012, Rafael Nadal cuenta en su novela Quan érem feliços la historia de una familia de la burguesía catalana de provincias, los Nadal, compuesta por doce hijos, los padres y la abuela.
El final de la inocencia parece ser el hilo conductor de esta novela de niños primero, adolescentes después y adultos en el final. Los duros años de internado, los felices veranos en Palamós, los septiembre en la masía recogiendo las frutas que terminarán en confituras, donde el íntimo contacto con la naturaleza terminaba con la vuelta al internado.
Un buen número de anécdotas, de situaciones de humor, de nostalgias y de tristezas, como la muerte de su hermano Toni, nos hablan de una época, sobre todo de los veranos de adolescencia en los que descubrir el gusto por las chicas, la aproximación al sexo, la verdadera amistad y tantas cosas más.
El propio Rafael Nadal ha dicho de Quan érem feliçosque es «un retrato de la pequeña burguesía de provincias, que ha ido desapareciendo y que se ha ido diluyendo en las clases medias del país, hasta convertir nuestra sociedad en más interclasista».
Leer a Julio Llamazares siempre me ha producido un inmenso placer, desde que le leí por primera vez cuando me sumergí de lleno en La lluvia amarilla. Después vinieron Luna de lobos, El cielo de Madrid y Tanta pasión para nada. Y ahora he vuelto a disfrutar, con Las lágrimas de San Lorenzo, de su forma tan poética de escribir.
Un profesor de universidad de Lengua y Literatura española, que ha pasado toda su vida rodando por Europa y sin echar raíces en ninguna de las ciudades en las que ha vivido, regresa a Ibiza, el lugar donde pasó sus mejores años de juventud, para pasar unas vacaciones con Pedro -su hijo de 12 años, al que apenas ve porque vive en París con su madre- y al mismo tiempo asistir a la lluvia de estrellas de la mágica noche de San Lorenzo.
Juntos -sentados en una manta- contemplan el cielo lleno de estrellas, de esas estrellas que representan a cada una de las personas queridas que ya no están entre ellos. Así pues, el cielo estrellado, el recuerdo del olor a campo y el mar agitando las olas, se confabulan para que acudan a su memoria los recuerdos de los días felices del pasado, de la amistad de Otto y Daniel, de los amores de Nadia, Tanja, Carolina, Marie… sobre todo Marie, su gran amor y madre de su hijo.
Los recuerdos, la imaginación y sobre todo la melancolía, dan como resultado una historia emocionante de recuerdos, de padres, de hijos, de amantes, de amigos, de encuentros, de despedidas, de huidas… Una simbólica historia sobre los paraísos y los infiernos que fueron parte de su vida.
Una magnífica y emocionante novela que nos habla fundamentalmente de la fugacidad del tiempo, de la memoria, para lo que recurre a versos de Catulo, esos versos que han acompañado al protagonista en su peregrinar por tantas universidades europeas, donde cada año él era más mayor pero sus alumnos tenían siempre la misma edad de la juventud. Una preciosa metáfora de las lágrimas de la humanidad simbolizadas en Las lágrimas de San Lorenzo.