La librería de Chelo

Este es el blog de Chelo Puente, donde descubrirás algo sobre mí a través de las palabras escritas y leídas.


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Mamás ingeniosas


malaguetaUna mañana, estaba en la playa con mi melena pelirroja de entonces al viento y a pocos metros de mí, estaban sentadas una mamá con su niña de unos siete u ocho años. La niña, sentada en la arena, leía con atención Cuaderno de besos (magnífica elección, pensé) y la mamá miraba el mar con ojos soñadores, quizá recordando un amor perdido, quizá pensando en un amor ausente.

De repente, la niña levantó la vista de su libro, y se me quedó mirando, mientras le dijo a su mamá en voz suficientemente alta para que yo la oyera.

– Mira mamá, lleva el biquini a juego con el pelo!! – y me señala con su dedito delator.
– Ssiiissshh, calla… – le dice la mamá, apurada.
Para quitarle el apuro a la madre, me dirijo a la niña…
– Claro! Cada día -según el biquini que lleve- me pongo el pelo del mismo color -le digo sonriente.
– ¿Y si te pones un biquini verde… ¿qué? – me dice desafiante.
– Pues… ¡¡me pongo el pelo verde!! – le digo triunfadora.
– Mamááááá… dice que se pone el pelo verde!!!!… ¿a que no?
– ¡Verde se me pone el pelo a mí contigo! ¡que eres una indiscreta!! -le dice su madre.

Y las dos nos reímos con ganas de la ocurrencia de la niña, y yo le dije a la madre que había tenido una salida ingeniosísima, y ella me dijo que la niña era demasiado espontánea, que intentaba corregirla, y que con frecuencia la ponía en situaciones comprometidas, de las que no siempre podía salir airosa. Y mientras la mamá y yo nos reimos, la niña nos miró con expresión de no entender donde estaba lo gracioso, así que decidió volver a su lectura, con carita de pensar… que raros son los mayores.

Al poco rato, dejó su libro y se puso a hacer un castillo de arena.

mayo, 2014 © chelopuente

 


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La importancia de llamarse…


chelo-playaYa desde que era niña, me viene ocurriendo lo mismo, y es que hay ciertas personas que tienen dificultad en recordar que mi nombre es Chelo (de Consuelo) y no Charo (de Rosario).

 Es por ésto que cuando era una cría pequeña, yo no me quería llamar Chelo, porque la gente se confundía y porque además, ninguna niña se llamaba así, incluso en mi círculo cerrado de niña, tampoco había nadie que se llamara Chelo, ni siquiera Consuelo, bueno… Consuelo sí, Consuelo se llamaba la tata, pero para mí, entonces, la tata se llamaba Tata.

En mi colegio no había ninguna niña que se llamara como yo, todas se llamaban Maricarmen, Marijose, Conchi, Rosi, Charo, Maripili… pero ninguna se llamaba Chelo… y yo no me quería llamar Chelo, me quise llamar Maripili, como muchas de ellas. Hizo falta que llegara al Instituto (16 años) para encontrarme con una chica de mi edad que se llamaba como yo.

Bien, pues una tarde, vino a la librería que tenía en Madrid una mamá -cliente de la librería- con su hijo pequeño de 4 años, que era un encanto, la mamá y el niño, y él siempre me llamaba Charo. Su mamá, pacientemente le corregía, no se llama Charo, se llama Chelo, pero a él le costaba, aunque lo intentaba. Charo, ¿dónde está el cuento que tenía un coche? me preguntaba; Charo ¿sabes que he estado en la playa?, y su mamá le volvía a corregir no se llama Charo, se llama Chelo.

Cuando terminamos y ya se iban, le dijo su mamá… ¿le has dicho adiós a Chelo? y él voluntarioso y educado, me dijo, saludando con su manita… adiós CHALO… no, no, no lo he escrito mal, es que el pobre se hizo un lío y mezcló los dos nombres. ¡¡Me encantan los niños!! 

 febrero, 2014 © chelopuente