Quizá fue el calor lo que la despertó de su sueño, la hizo levantarse y asomarse a la ventana para mirar al cielo, para descubrir una brillante luna llena que iluminaba aquella noche de primavera. Extasiada en su contemplación, de repente notó un escalofrío que le bajó por la espalda, desde la nuca por toda la columna vertebral y le erizaba la piel. Esa extraña sensación, que no había notado nunca antes, la hizo girarse y descubrir que él, sentado en la cama, la recorría con la mirada. ¿Qué me miras, amor? -le dijo con una sonrisa. Miro tu cuerpo desnudo bañado de luna -y ella acudió a la llamada de aquellos brazos que la esperaban.
Quizá fue el calor lo que la despertó de su sueño, la hizo levantarse y asomarse a la ventana para mirar al cielo, para descubrir un cielo lleno de nubes. Extasiada en su contemplación notó cómo un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y le erizó la piel, una sensación que no había sentido nunca, fruto de aquel instante de cielo iluminado por un relámpago, que presagiaba una gran tormenta. Entonces comenzó a llover intensamente, cerró la ventana y volvió a la cama a intentar recuperar el sueño, a intentar recuperar aquel sueño soñado.
Inspirado en el poema de Josep Aguilella ( Laurie), «La chica de la ventana»…
Envidiosa ventana que quisiste ver el otro lado del espejo, que pudiste contemplar el precioso cuerpo que en tu cristal se reflejaba. Tenue madrugada de incesante lluvia mojando tus cristales, humo prohibido escapando con tu permiso.
Envidiosa ventana, corrí las cortinas y nunca pudiste ver aquel cuerpo desnudo dándose la vuelta para venir conmigo al amanecer.
Tú dejaste entrar el frescor en nuestras vidas, dejaste ver cada una de tus heridas, te resistías pero lo lograste.
Pobre ventana, tendrás que esperar, quizá algún día volvamos, y entonces te prometo no hacerte llorar.
Dulces recuerdos de sábanas blancas, besos tiernos de madrugada, tú fuiste la espectadora de aquella velada.
2011© josep aguilella