Octubre y otoño son palabras que viven en paralelo como en paralelo discurren los versos de
ÁNGEL GONZÁLEZ
con la voz y la música de Pedro Guerra,
porque octubre no es nada sin el otoño
y el otoño no es nada sin ti.
A VECES, EN OCTUBRE, ES LO QUE PASA
Cuando nada sucede, y el verano se ha ido, y las hojas comienzan a caer de los árboles, y el frío oxida el borde de los ríos y hace más lento el curso de las aguas;
cuando el cielo parece un mar violento, y los pájaros cambian de paisaje, y las palabras se oyen cada vez más lejanas, como susurros que dispersa el viento;
entonces, ya se sabe, es lo que pasa:
esas hojas, los pájaros, las nubes, las palabras dispersas y los ríos, nos llenan de inquietud súbitamente y de desesperanza.
No busquéis el motivo en vuestros corazones. Tan sólo es lo que dije: lo que pasa.
El Retiro en otoño Óleo sobre lienzo Isabel López Fernández
Madrid había amanecido con un precioso día de otoño, de sol espléndido sin una sola nube, en un cielo azul que quiso ver sin contaminación.
Tenía que ir a hacer una gestión oficial, y como siempre que tenía que ir a esa zona, iba andando, pero en lugar de bajar por la calle de Alcalá, con la falda almidoná, lo hizo cruzando por El Retiro. Siempre estaba precioso a primera hora de la mañana de un día laborable, fuera verano o invierno, primavera u otoño. Pero aquel día le pareció especialmente hermoso. A esas horas, apenas había gente… parejas de jubilados daban su paseo matutino; señores paseaban a sus perros; alguna mamá empujaba su carrito de bebé, o quizá fuera una niñera; el grupo de señoras asistía a su clase de tai chi; algún corredor se desfogaba haciendo footing; un joven con su traje de ejecutivo caminaba rápido a su lado, quizá en dirección al mismo sitio al que se dirigía ella.
Los rayos del sol se colaban entre las ramas de los árboles y le mostraban la paleta de colores más exquisita; los verdes brillaban, los marrones se mostraban casi rojizos, y de vez en cuando alguna hoja caía volando suavemente hasta llegar al suelo; las aguas del estanque brillaban a pesar de su estancamiento y una pareja de jovencitos remaba en una barca, quizá en una mañana de pellas; los barrenderos recogían las primeras hojas; los jardineros regaban… y ella seguía caminando impregnándome de toda esa belleza, y pensando que esos momentos la llenaban de felicidad, porque estas pequeñas cosas la hacían verdaderamente feliz. Por ello trataba de no perdérselas, porque están en el cielo, en el sol, en el mar, en una sonrisa, en un mensaje, en un café con una amiga, en una charla con un buen amigo, en unas manos que acarician, en un beso…
Cuando llegó al lugar donde tenía que hacer la gestión, el joven que la atendió creyó que le faltaba un documento, y cuando ella le contestó: bueno, creo que no es necesario porque los niños ya son mayores de edad, el funcionario le contestó con un encantador ¡uy, quién lo diría!, y ella estuvo a punto de prometerle amor eterno, pero no lo hizo, claro. Solo le dedicó un gracias acompañado de una tímida sonrisa, y es que -aunque pareciera mentira- a su edad, aún le sonrojaban estas cosas, aunque le hacían feliz.