La librería de Chelo

Este es el blog de Chelo Puente, donde descubrirás algo sobre mí a través de las palabras escritas y leídas.


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El balcón en invierno


Portada del libro

Portada del libro

EL BALCÓN EN INVIERNO

Landero, Luis

Edit. Tusquets, 2014

Asomado al balcón, debatiéndose entre la vida que bulle en la calle y la novela que ha empezado a escribir pero que no le satisface, el escritor se ve asaltado por el recuerdo de una conversación que tuvo lugar cincuenta años antes, en otro balcón, con su madre. «Yo tenía dieciséis años, y mi madre cuarenta y siete. Mi padre, con cincuenta, había muerto en mayo, y ahora se abría ante nosotros un futuro incierto pero también prometedor». Este libro es la narración emocionante de una infancia en una familia de labradores en Alburquerque (Extremadura), y una adolescencia en el madrileño barrio de la Prosperidad.

Es también el relato, a veces de una implacable sinceridad, otras chusco y humorístico, de por qué oscuros designios del azar un chico de una familia donde apenas había un libro logra encontrarse con la literatura y ser escritor. Y de sus vicisitudes laborales en comercios, talleres y oficinas, mientras estudia en academias nocturnas, empeñado en ser un hombre de provecho. Pero dispuesto a tirarlo todo por la borda para ser guitarrista, y vivir como artista. Y en ese universo familiar de los descendientes de hojalateros, surge un divertidísimo e inagotable caudal de historias y anécdotas en el que se reconoce la historia reciente.

Luis Landero - Alburquerque (Badajoz), 1948

Luis Landero – Alburquerque (Badajoz), 1948

El balcón en invierno se mueve principalmente entre la fantasía y la realidad como ocurre en toda su obra, encontrando la absoluta genialidad en el texto sobre el baile del autor con Sofía Loren ¡fascinante!. 

Nos habla de la nostalgia, de la vida rural y su práctica desaparición, del transcurrir del tiempo y de la importancia de las relaciones familiares, de la memoria, de la intensa y estrecha relación con su madre y la presencia de un padre fallecido demasiado pronto. Y entre todo, las notas de humor en los fragmentos más dramáticos, rodeando todo el texto de ese estilo tan evocador y tan impactante, tan Luis Landero.

En la faja que abraza El balcón en invierno, aparece una frase que dice: «El libro más sincero y probablemente más hermoso de Luis Landero». No sé si es el mejor de todos, pero sí el más hermoso, el más conmovedor, el más nostálgico, el más Landero, ese que no puedes perderte.
«Una obra de ineludible lectura… que ni al lector más prevenido dejará indiferente», ha dicho J.M. Pozuelo-Yvancos, Abc Cultural. Y yo, estoy de acuerdo.

¡Felices lecturas, amig@s!

Si alguien desea tenerlo, lo tengo en la librería
dispuesto a viajar donde tú digas.


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Una mañana de otoño


El Retiro en otoño Óleo sobre lienzo Isabel López Fernández

El Retiro en otoño
Óleo sobre lienzo
Isabel López Fernández

Madrid había amanecido con un precioso día de otoño, de sol espléndido sin una sola nube, en un cielo azul que quiso ver sin contaminación.

Tenía que ir a hacer una gestión oficial, y como siempre que tenía que ir a esa zona, iba andando, pero en lugar de bajar por la calle de Alcalá, con la falda almidoná, lo hizo cruzando por El Retiro. Siempre estaba precioso a primera hora de la mañana de un día laborable, fuera verano o invierno, primavera u otoño. Pero aquel día le pareció especialmente hermoso. A esas horas, apenas había gente… parejas de jubilados daban su paseo matutino; señores paseaban a sus perros; alguna mamá empujaba su carrito de bebé, o quizá fuera una niñera; el grupo de señoras asistía a su clase de tai chi; algún corredor se desfogaba haciendo footing; un joven con su traje de ejecutivo caminaba rápido a su lado, quizá en dirección al mismo sitio al que se dirigía ella.

Los rayos del sol se colaban entre las ramas de los árboles y le mostraban la paleta de colores más exquisita; los verdes brillaban, los marrones se mostraban casi rojizos, y de vez en cuando alguna hoja caía volando suavemente hasta llegar al suelo; las aguas del estanque brillaban a pesar de su estancamiento y una pareja de jovencitos remaba en una barca, quizá en una mañana de pellas; los barrenderos recogían las primeras hojas; los jardineros regaban… y ella seguía caminando impregnándome de toda esa belleza, y pensando que esos momentos la llenaban de felicidad, porque estas pequeñas cosas la hacían verdaderamente feliz. Por ello trataba de no perdérselas, porque están en el cielo, en el sol, en el mar, en una sonrisa, en un mensaje, en un café con una amiga, en una charla con un buen amigo, en unas manos que acarician, en un beso…

Cuando llegó al lugar donde tenía que hacer la gestión, el joven que la atendió creyó que le faltaba un documento, y cuando ella le contestó: bueno, creo que no es necesario porque los niños ya son mayores de edad, el funcionario le contestó con un encantador ¡uy, quién lo diría!, y ella estuvo a punto de prometerle amor eterno, pero no lo hizo, claro. Solo le dedicó un gracias acompañado de una tímida sonrisa, y es que -aunque pareciera mentira- a su edad, aún le sonrojaban estas cosas, aunque le hacían feliz.

febrero, 2014 © chelopuente