“Tu libro precioso, lectura ágil y amena como a mí me gusta. Felicidades, Chelo“
Comentario deCarmen Vera, desdeAlicante.
¡Muchas gracias, Carmen!
Si deseas tenerlo me lo puedes pedir a la dirección de correo electrónico lalibreriadechelo@gmail.com o en Amazon donde también lo podrás encontrar en papel y en digital.
La vida golpea sin avisar, cruel, despiadada. Alberto, un hombre feliz, pierde a su hijo en un accidente, y su pareja, incapaz de reiniciar juntos el camino, se marcha. Tras meses de dolor sordo y de dejarse llevar sin rumbo, decide darse una última oportunidad emprendiendo un viaje. Una aventura desesperanzada que lo llevará a cruzarse con otras personas que, como él, cargan con la vida a cuestas, y que, sin pretenderlo, irán dando forma a un Alberto diferente, capaz de descubrir nuevos retos vitales.
Paralelamente, Lorena, una mujer resentida con su pasado y con la vida en general, descubrirá a través de la blogosfera el aliciente necesario para recuperar la autoestima. Su experiencia servirá de inspiración a otras almas en pena, incluida la de ese viajante anónimo que carga con una mochila tan pesada…
Dolor, incomprensión, nostalgia, pero sobre todo, amor por la vida, amistad y empatía son los ingredientes que se mezclan para conformar un lienzo repleto de matices.
Benjamín Recacha
Ya os he hablado en otra ocasión del autor, Benjamín Recacha, cuando os traje el comentario de su primera novela El viaje de Pau. Ahora nos vuelve a sorprender con la historia de Alberto en Con la vida a cuestas. Una vida que, en ocasiones como la suya, supone una pesada carga que tiene que aprender a aligerar y eso es lo que intentará con todas sus fuerzas cuando decide emprender un viaje sin destino que le llevará hasta La Cueta y en tan maravilloso lugar quizá se vuelva a encontrar a sí mismo y pueda volver a vivir con ganas de vivir.
En esta segunda novela he encontrado a un narrador que ha madurado y ha eliminado los pequeños errores que pude apreciar en el primer libro, pero sin perder la frescura que tiene toda ópera prima.
Debe de ser muy difícil hablar del dolor intenso que tiene que causar la muerte de un hijo, pérdida para la que ningún padre está preparado. Y debe de ser muy difícil hablar de ese dolor sin caer en el dramatismo excesivo que podría convertir la narración en melodramática. Sin embargo creo que Benjamín Recachaha conseguido un punto de equilibrio adecuado entre las ganas de quitarse la vida porque ya no tiene sentido y las ganas de tirar para adelante. Aprender a vivir, no a olvidar el dolor de la pérdida, sino a soportar la carga que supone vivir sin su hijo.
Los personajes principales (Alberto y Lorena, principalmente) creo que están bien definidos y, por supuesto, son los protagonistas. Sin embargo, a mí me han gustado mucho otros personajes como Helga, Rosell o Irina. Las descripciones de estos personajes aparecen al final de libro, al que te dirige desde el capítulo correspondiente, algo novedoso. No obstante a mí me hubiera gustado más encontrarme con ellas entrelazadas entre la narración. Sé que otros lectores han preferido obviar estos apartados, como lo cuenta el autor en una nota al inicio del libro, pero yo creo que sin ellos me hubieran faltado algunas pequeñas piezas que engrandecen el mosaico de la novela.
Nada más que añadir, amigos, salvo mi recomendación para que la leáis. Sé que os gustará. Para adquirir el libro tanto en papel como en digital podéis hacerlo a través de Amazon. También os recomiendo que visitéis su blog donde encontraréis muchas cosas interesantes.
Hoy, 19 de agosto, se cumplen 79 del asesinato del gran poeta universal
Federico García Lorca
FEDERICO GARCÍA LORCA
y no podíamos pasar mejor este miércoles de poesía que con este poema que le dedicó el gran poeta
MIGUEL HERNÁNDEZ
ELEGÍA
Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas, y en traje de cañón, las parameras donde cultiva el hombre raíces y esperanzas, y llueve sal, y esparce calaveras.
Verdura de las eras, ¿qué tiempo prevalece la alegría? El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas y hace brotar la sombra más sombría.
El dolor y su manto vienen una vez más a nuestro encuentro. Y una vez más al callejón del llanto lluviosamente entro.
Siempre me veo dentro de esta sombra de acíbar revocada, amasado con ojos y bordones, que un candil de agonía tiene puesto a la entrada y un rabioso collar de corazones.
Llorar dentro de un pozo, en la misma raíz desconsolada del agua, del sollozo, del corazón quisiera: donde nadie me viera la voz ni la mirada, ni restos de mis lágrimas me viera.
Entro despacio, se me cae la frente despacio, el corazón se me desgarra despacio, y despaciosa y negramente vuelvo a llorar al pie de una guitarra.
Entre todos los muertos de elegía, sin olvidar el eco de ninguno, por haber resonado más en el alma mía, la mano de mi llanto escoge uno.
Federico García hasta ayer se llamó: polvo se llama. Ayer tuvo un espacio bajo el día que hoy el hoyo le da bajo la grama.
¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres! Tu agitada alegría, que agitaba columnas y alfileres, de tus dientes arrancas y sacudes, y ya te pones triste, y sólo quieres ya el paraíso de los ataúdes.
Vestido de esqueleto, durmiéndote de plomo, de indiferencia armado y de respeto, te veo entre tus cejas si me asomo.
Se ha llevado tu vida de palomo, que ceñía de espuma y de arrullos el cielo y las ventanas, como un raudal de pluma el viento que se lleva las semanas.
Primo de las manzanas, no podrá con tu savia la carcoma, no podrá con tu muerte la lengua del gusano, y para dar salud fiera a su poma elegirá tus huesos el manzano.
Cegado el manantial de tu saliva, hijo de la paloma, nieto del ruiseñor y de la oliva: serás, mientras la tierra vaya y vuelva, esposo siempre de la siempreviva, estiércol padre de la madreselva.
¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla, pero qué injustamente arrebatada! No sabe andar despacio, y acuchilla cuando menos se espera su turbia cuchillada.
Tú, el más firme edificio, destruido, tú, el gavilán más alto, desplomado, tú, el más grande rugido, callado, y más callado, y más callado.
Caiga tu alegre sangre de granado, como un derrumbamiento de martillos feroces, sobre quien te detuvo mortalmente. Salivazos y hoces caigan sobre la mancha de su frente.
Muere un poeta y la creación se siente herida y moribunda en las entrañas. Un cósmico temblor de escalofríos mueve temiblemente las montañas, un resplandor de muerte la matriz de los ríos.
Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos, veo un bosque de ojos nunca enjutos, avenidas de lágrimas y mantos: y en torbellino de hojas y de vientos, lutos tras otros lutos y otros lutos, llantos tras otros llantos y otros llantos.
No aventarán, no arrastrarán tus huesos, volcán de arrope, trueno de panales, poeta entretejido, dulce, amargo, que al calor de los besos sentiste, entre dos largas hileras de puñales, largo amor, muerte larga, fuego largo.
Por hacer a tu muerte compañía, vienen poblando todos los rincones del cielo y de la tierra bandadas de armonía, relámpagos de azules vibraciones. Crótalos granizados a montones, batallones de flautas, panderos y gitanos, ráfagas de abejorros y violines, tormentas de guitarras y pianos, irrupciones de trompas y clarines.
Pero el silencio puede más que tanto instrumento.
Silencioso, desierto, polvoriento en la muerte desierta, parece que tu lengua, que tu aliento, los ha cerrado el golpe de una puerta.
Como si paseara con tu sombra, paseo con la mía por una tierra que el silencio alfombra, que el ciprés apetece más sombría.
Rodea mi garganta tu agonía como un hierro de horca y pruebo una bebida funeraria. Tú sabes, Federico García Lorca, que soy de los que gozan una muerte diaria.
A los cuarenta años, Carlos, un publicista de éxito, descubre que quienes creía que eran sus padres no lo son. Él fue dado en adopción de forma ilegal con la complicidad de un médico, una monja y un taxista.
Cuarenta años antes, en una casa cuna de Valladolid, María Dolores, una joven soltera, da a luz un bebé. A las pocas horas del alumbramiento, le comunican que el niño ha muerto de una extraña infección. Pero algo en su interior le dice que las cosas no son lo que parecen.
En Mientras pueda pensarte nos encontramos con personajes de gran peso, tanto los principales como los secundarios, porque su forma de comportarse tiene un motivo que no obedece al azar.
Inma Chacón – Zafra (Badajoz), 1954
Podríamos decir que esta novela tiene un cariz histórico dado que se trata de una historia entre todas las que ocurrieron en España una época demasiado extensa y no tan lejana.
Una de las cosas que destacaría de esta historia es que plantea una triple visión del tema de los niños robados y las adopciones ilegales: por una parte la dramática circunstancia de los niños que fueron robados a las madres mediante el engaño; por otra la de los padres que han comprado y para los que no siempre ese hecho culmina en felicidad; y por último, el sentimiento del niño en la familia.
Inma Chacón nos ha ofrecido una novela bastante sobrecogedora sobre la búsqueda de identidad de un niño robado, el dolor por la pérdida de una madre biológica a la que arrebatan a su hijo y la dramática situación de una madre adoptiva que no consiguió amar al hijo adoptado, porque nunca olvidó al hijo muerto.
Ya os he hablado en dos ocasiones anteriores de la autora Dolores Redondo, cuando os comentaba mi opinión de dos de los libros (el tercero aún no se ha publicado) de la Trilogía del Baztán y que le están proporcionando una fama bien merecida.
Pues bien, cuando supe que tenía un libro anterior, que fue su primera novela, no me he podido resistir a leerla, de lo cual me alegro mucho.
Los privilegios del ángel, como decía anteriormente es su primera novela y nos narra la historia de la vida cotidiana en el puerto de Pasajes, bastión de la economía española en los años setenta. Y de una amistad que se forja entre dos niñas de corta edad, la hija del guardián de un varadero y Celeste Martos, la protagonista.
Dolores Redondo
Con la magia y el encanto que supone el descubrimiento novedoso de los escenarios cotidianos que solo puede darse en la primera infancia y el terrible trauma que acarreará una muerte demasiado temprana. Un duelo incompleto que la protagonista prolongará durante su adolescencia y buena parte de su vida adulta con consecuencias terribles para ella misma y cuantos la rodean.
EnLos privilegios del ángel encontramos anécdotas divertidas de una infancia singular, pero también encontramos el dolor al enfrentarse a la muerte demasiado pronto, las profundas relaciones entre dos niñas pequeñas, su amistad con el viejo bedel de la escuela, las relaciones con su madre y el fervor Mariano de una España postfranquista, cargada de prejuicios y miserias.
Es una novela entretenida a la vez que misteriosa, profunda y conmovedora en su dureza. Una descripción fiel de la vida en el ámbito portuario de Pasajes, en la que Dolores Redondo muestra un gran conocimiento de los escenarios donde se desarrollan los hechos y la realidad social en los últimos años de Franco.
El ritmo narrativo de la novela atrapa desde la primera frase. A partir de aquí comienza la intriga, la emoción y la sorpresa, cuando en las páginas finales nos conduce hasta el abismo, de esa forma que Dolores Redondo tan bien sabe hacer. Como lo hizo en El guardián invisible o en Legado en los huesos, y es que, a pesar de ser su primera novela, ya apuntaba maneras en ella de ser una gran escritora y de dejarme fascinada con sus descripciones.
El 28 de mayo de 1925, moría en Madrid
el poeta, ensayista y escritor mexicano
FRANCISCO de ICAZA
del que este miércoles os dejo un poema,
que es una preciosa reflexión sobre el tiempo,
el pasado y el que está por venir.
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LAS HORAS
¿Para qué contar las horas de la vida que se fue, de lo porvenir que ignoras? ¡Para qué contar las horas! ¡Para qué!
¿Cabe en la justa medida aquel instante de amor que perdura y no se olvida? ¿Cabe en la justa medida del dolor?
¿Vivimos del propio modo en las sombras del dormir y desligados de todo que soñando, único modo de vivir?
Al que enfermo desespera, ¿qué importa el cierzo invernal o el soplo de la primavera, al que enfermo desespera de su mal? ¿Para qué contar las horas? No volverá lo que se fue, y lo que ha de ser ignoras. ¡Para qué contar las horas! ¡Para qué!. . .