Como cada tarde la doctora Martín, antes de comenzar su consulta de Pediatría, examinaba la lista de niños a los que atendería hoy. Los conocía a todos, porque las consultas de los niños, sobre todo la de los bebés, eran periódicas, primero semanales, después quincenales y luego mensuales. Revisando su lista observó que esa tarde vería al bebé de María y eso la inquietó, no por el bebé, que tenía ya tres meses y crecía sano, sino por la joven madre.
Venía observando que María -en las últimas consultas- siempre tenía alguna señal de haber recibido un golpe, y ella como médico sabía que no eran casuales, temía que fueran señales de maltrato. El último día, con la delicadeza y el tacto que requería un hecho así, se atrevió a hablar con ella y a decirle que podía ayudarla a solucionar el problema que creía estaba sufriendo. María, azorada sólo le dijo que se había dado un golpe porque iba distraída, nada más. Pero Julia sabía por las tonalidades de los hematomas, que no era cierto, que esos tonos diferentes indicaban golpes en momentos distinto.
Con estos pensamientos, comenzó la consulta. Cuando le tocó el turno al bebé de María, entró en la consulta un señor mayor, pero no anciano. Julia se sorprendió, pensando que quizá era un error de su lista, pero el señor la saludó. Se sentó, y amable y respetuosamente le dijo…
– Mire, doctora Julia, me ha dicho mi hija que usted le anda preguntando por los moratones que tiene, y yo he venido hoy -sin que lo sepa ella- a agradecerle su interés y a decirle a usted, que no se preocupe, que no va a haber más moratones, pero usted déjeme que yo arregle ésto como lo arreglamos nosotros… hablando claramente y diciéndole que se largue. No voy a consentir que mi hija siga sufriendo.
Unas semanas después, volvió a consulta María con su bebé, los moratones casi habían desaparecido y no volvió a tener ninguno más.
Tres años después, María llegó a la consulta con su niño, iba acompañada de un chico que llevaba al pequeño David de la mano, y le dijo a la doctora…
– Mire, doctora Julia, éste es Juan. El nuevo padre de David.
Y fue entonces cuando el crío, lleno de alegría, le dijo… ¡¡Tengo papi, tengo papi!!.