Fundada a finales de 1711 por Felipe V, la Biblioteca Nacional de España abrió sus puertas en marzo de 1712 como la Real Biblioteca Pública y se alberga en la actualidad en un edificio neoclásico y de planta rectangular, en el madrileño Paseo de Recoletos, muy cercano al Museo Arqueológico.
La Biblioteca nació con la misión de «renovar la erudición histórica y sacar al aire las verdaderas raíces de la nación y de la monarquía españolas» y en 1715, contaba ya con 28.000 libros impresos, 1200 manuscritos y 20 000 medallas. En la actualidad cuenta con más de 28 millones de ejemplares entre los que se encuentran 30.000 manuscritos y 3.000 incunables.
Por medio de un privilegio real, todos los impresores debían depositar en la Biblioteca Nacional (biblioteca real entonces) un ejemplar de los libros impresos en España, hecho que se mantuvo cuando en 1836 dejó de ser Biblioteca Real, propiedad de la Corona, para pasar a depender del Ministerio de la Gobernación.
Sala de lectura
El siglo XX fue director de la Biblioteca Nacional el erudito español Marcelino Menéndez Pelayo, el cual promovió la creación de catálogos especializados, como lo fueron el Catálogo de los Manuscritos árabes existentes en la Biblioteca Nacional de Madrid . También se le dio un nuevo impulso a la Revista de Archivos, Bibliotecas, y Museos, que fue un instrumento importante para el desarrollo del campo de la Biblioteconomía en España.
Durante la Segunda República, su director Miguel Artigas junto al Patronato, lanzaron un proceso de restauración y ampliación del edificio y de reformas de los servicios bibliotecarios. Entre éstas, destaca la reorganización del Salón de Lectura, la creación de la Sala General, abierta al público e inaugurada por el Presidente Alcalá Zamora, y la ampliación de los horarios.
Durante la Guerra Civil Española, la Biblioteca Nacional cerró sus puertas y sus fondos más preciosos fueron evacuados a las Torres de Serranos, en Valencia. Para salvar de la destrucción los fondos de centros religiosos, palacios o casas particulares, se trasladaron a la Biblioteca alrededor de 500.000 volúmenes, muchos de los cuales provenían de prestigiosas bibliotecas privadas.
En la actualidad la Biblioteca Nacional de España depende del Ministerio de Cultura.
Ya que ayer fue el Día del Libro, la entrada de hoy se la voy a dedicar precisamente a él o más bien a uno de aquellos lugares que albergan libros, como es la Librería Bertrand, de Lisboa.
Son varias las veces que he pasado algunos días en Lisboa, unas por placer y otras por trabajo. Siempre que me ha sido posible me he escapado a dos lugares míticos para mí: a tomar un café para saludar a Pessoa en A Brasileira y a deambular un ratito por la Librería Bertrand.
Fue fundada en 1732 por Pedro Faure y se ubicó en la calle Direita de Loreto, donde se mantuvo hasta el terrible terremoto que asoló Lisboa en 1755 y que provocó que la librería se trasladara a su ubicación actual en el Chiado, concretamente en la calle Garret.
La Bertrand presume de ser la librería más antigua del mundo, como así consta en el certificado Guinness que exhibe en uno de sus escaparates.
En su interior un sinfín de libros se van sucediendo y entre sus muros seguramente se esconden un buen número de conversaciones que habrán escuchado a través de los tiempos y que forman parte de la historia de Portugal, fieles testigos de terremotos, de la caída de la monarquía, de la Revolución de los Claveles y del discurrir del mundo literario, tan rico en Portugal.
Siempre que entro en una librería me resulta casi imposible no comprar algún libro pero, en esta ocasión, no fue posible, ya que no tienen libros en castellano. Una pena.
En la actualidad, como desgraciadamente ocurre con demasiada frecuencia, la Librería Bertrand fue comprada por una cadena de librerías que se extienden por todo Portugal, cadena que ha sido a su vez comprada por Casa de Libro. En fin, ya veis que parece imposible sobrevivir como librería independiente.
Bien, amigos, os recomiendo que, si vais a Lisboa, os dediquéis un rato para visitar esta librería que guarda tanta historia entre sus muros, porque nunca se sabe si esos muros os contarán algún secreto.
Cuando publiqué la primera entrada de esta sección que denominé ALBERGAN LIBROS, pensé que por aquí pasarían las mejores librerías y bibliotecas del mundo. Unas destacarían por los ejemplares-joyas que atesorarían, otras por estar ubicadas en edificios espectaculares y otras destacan por sí mismas, por que cumplen una gran labor.
Por todo ello, hoy me gustaría destacar La carreta literaria, una acción que lleva tiempo deleitando a los lectores de Cartagena de Indias y que nos mostró con una delicadeza excepcional el blog palabrasaflordepiel, de forma que os dejo aquí sus fotos y su texto. Para Danioska tengo todo mi agradecimiento por este préstamo y para vosotros, queridos amigos, la recomendación de que no perdáis la oportunidad de pasearos por su blog, estoy segura de que me agradeceréis la sugerencia.
La carreta literaria @palabrasflordepiel
“Prestar libros es como el amor, hay que perderle el miedo”
Se llama Martín Murillo. Lo conozco a mitad de Cartagena de Indias, en plena Plaza Bolívar. Mientras a mi novio le bolean los zapatos, yo deambulo y me topo con su Carreta Literaria, isla de libros a medio parque.
Posibles lectoras @palabrasaflordepiel
Fascinada, me acerco a conversar. De barba cana y playera con logotipos de sus “sponsors”, desde hace siete años se dedica a promover loslibros: hace lecturas dramatizadas en escuelas, invita a gente famosa a leerle a los chicos y en su carreta presta títulos por las plazas y pueblos de Colombia. Se autollama “leedor”, lleva el entusiasmo en los ojos. “Es mi trabajo, pero sobre todo es lo que más me gusta en el mundo. Esto no se sostiene si no es por pasión, la que tengo por los libros”. Entre sus patrocinadores está la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, de García Márquez, un canal de televisión, una editorial. Entre todos lo sostienen y él se dedica a acercar gratuitamente volúmenes a la gente. Así de fácil. O de difícil.
Uno de sus «clientes» @palabrasaflordepiel
Mi asombro va en aumento. No es un improvisado, tiene bien armado su proyecto. Tuitea sus actividades (@LaCarretaesLeer), tiene un libro publicado y orgulloso me regala un volante en el que aparece retratado con Mario Vargas Llosa, Martín Caparrós, Jon Lee Anderson, García Márquez, hasta la reina Sofía. Luego me muestra fotos de la lectura que hizo ayer, en la escuela de un pueblo cercano, y me invita a acompañarlo el lunes, pero mi vuelo sale temprano. Parece un personaje de novela, tan mágico resulta.
Cuenta que estudió hasta quinto de primaria y de joven quería ser analista de la NBA, pero luego se dio cuenta que no tenía nada qué aportar. “Yo trabajaba vendiendo aguas en Cartagena y a partir de que la Fundación de Gabo me empezó a prestar libros, me di cuenta que eso sí podía hacer: hablarle a la gente de Por quien doblan las campanas, de La muerte de Artemio Cruz, de El amor en los tiempos del cólera, que cambian la vida. Eso sí estaba en mis manos”, subraya. Pero tengo una duda: qué si la gente no regresa los libros. “Esto es como el amor, hay que perderle el miedo y dejar de pensar qué pasa si…”.
Mi bendita suerte me llevó al que probablemente sea el personaje más fascinante de ésta, la ciudad más bella del mundo.
Fundada en fecha emblemática donde las haya – 14 de abril de 1931- por Ramon Mallafré Conill, la Llibreria Canudaha sido -durante más de 80 años- un referente cultural en Barcelona.
En sus más de 600 metros cuadrados, se mostraban más de 200.000 libros, en esta librería que sus propietarios definían como «de lance», término que puede traducirse como de segunda mano, de ocasión, anticuaria, de viejo… lo mismo da. Lo bueno era que en esta magnífica librería se podía encontrar todo tipo de libros; caros y baratos, antiguos y modernos, raros y curiosos.
Además, este gran local no sólo se dedicaba a la venta de libros, sino que durante algunos años, también se celebraban subastas de cuadros -los sábados por la tarde- en la sala posterior del local, presidida por un busto de Cervantes. Tanto es así que -hasta su cierre- el rótulo de la entrada decía Sala de arte Canuda. Allí se subastaba pintura figurativa de los artistas noveles locales.
Originariamente su nombre era Librería Cervantes, pero poco a poco se fue convirtiendo en la Llibreria Canuda, por estar en la calle Canuda, de Barcelona y porque sus clientes y visitantes así la llamaban, y con ese nombre se quedó.
Durante muchos años fue punto de encuentro y de visita de cualquier amante de los libros que recorriera una ruta literaria, pero si a eso le añadimos que -al parecer- fue la inspiración de Carlos Ruiz Zafón para el cementerio de libros de su novela La sombra del viento, la convirtió en lugar de peregrinaje.
Sin embargo, un fatídico día de noviembre de 2013, su actual dueño -hijo del fundador- Santiago Mallafré se despedía con estas triste palabras: «Voy a cerrar el próximo 22 de noviembre, a las ocho de la tarde», porque lo que no consiguió ni siquiera la Guerra Civil, lo ha conseguido el dinero, y es que el propietario del local se lo alquilaba a una tienda de moda juvenil por un precio tan elevado que la librería no podía igualar.
Con este cierre, desgraciadamente, en Barcelona hemos perdido la posibilidad de seguir disfrutando de un rato entre sus libros. A mí, al menos me queda el buen recuerdo de haber llegado a Barcelona a tiempo de pasar una tarde entre la magia sus libros.
Si hay una calle famosa en Madrid es la calle de Alcalá, la de «con la falda almidoná y los nardos apoyaos en la cadera…» como dice el cuplé. Pero, sin duda hay otra que es muy famosa -al menos lo era entre nosotros, los universitarios del inicio de los 80- me refiero a la calle Libreros, donde se encontraba la Librería Felipa.
Corría el año 1920 cuando Felipa Polo -con tan sólo 12 años- empezó a trabajar en la Librería de Doña Pepitaen la calle Libreros. Fue la librería que se instaló en esta calle a finales del s. XIX y que cuya abundancia de librerías en una calle tan corta -llegó a haber 11 en la misma calle- dieron nombre a la calle en 1949.
Entre las librerías que fueron abriendo en la famosa calle Libreros, lo hizo también la Librería Felipa. Fue en 1944 cuando Felipa decidió independizarse de Doña Pepita y abrir un local de compra-venta de libros, en un espacio que en un principio era una fábrica de chocolate. Bien, pues en este local fue donde comenzó la Librería Felipa -a cargo de la joven Felipa- dedicada a la compra-venta de libros, sobre todo universitarios.
Siempre destacó su gran personalidad, cuentan algunos de sus clientes más antiguos. Implicada en un momento difícil de posguerra y siempre al lado de sus clientes. Cuentan que tenía un carácter enérgico, con toques humorísticos y que era famosa por sus frases filosóficas de sabiduría más popular, como: «Si no tienes nada que hacer, no lo vengas a hacer aquí». Estas cosas y que siempre encontrabas el libro que buscabas a precio más barato, hizo de «la Felipa» toda una institución en Madrid.
Yo no puedo opinar de su carácter porque empecé a frecuentar su librería en 1980, cuando empecé la universidad, y aunque recuerdo alguna vez haber visto a una señora mayor allí sentada, no puedo asegurar que fuera ella. Pero sí recuerdo -al inicio de curso- haberme pasado mucho tiempo haciendo cola para poder entrar allí y comprar algún libro que necesitaba, y como entonces el presupuesto económico que teníamos era más bien bajo, merecía la pena la espera.
Después -cuando ya acabé la universidad- no volví a frecuentar esta librería, de la que guardo unos magníficos recuerdos de juventud. Ahora me he enterado que ya no existe en la calle Libreros la Librería Felipa, que al parecer cerró en el año 2000 y se trasladaron a otro lugar.
Cuando vuelva a Madrid haré todo lo posible por darme una vuelta por esta calle y ver cómo está y que ha quedado por allí de los recuerdos de mi época universitaria. Sí, tengo que hacerlo.
Fue en octubre de 1980 cuando visité Málaga por primera vez. Desde entonces, casi todos los años he pasado algunos días allí, porque -desde ese mismo momento- me enamoré de la ciudad, de sus lugares y de sus gentes.
Es por ello que, cada año -casi cumpliendo un ritual- me paseo por la calle Granada (zona peatonal) en plena judería malagueña; al lado del Museo Picasso; nada más atravesar la Plaza de la Merced, donde se encuentra la casa que vio nacer a Picasso y donde pasó su infancia correteando por sus callejuelas; enfrente de la Iglesia de Santiago con su campanario mudéjar; a los pies de la majestuosa Alcazaba; a la espalda de los jardines del poeta y filósofo judío Gabirol, que nació en Málaga, allá por el siglo X.
Pues bien, rodeada de todas estas joyas culturales, se encontraba la que un día fue la Librería Pepe Negrete, hoy -desde hace años- ya desaparecida, pero que fue durante años un lugar ineludible, un lugar en el que pasar un rato rodeado de la historia de la literatura.
Recuerdo como si fuera hoy las escapadas a su librería, en esas horas del final de la siesta en las tardes calurosas malagueñas, en las que, con un susurro decíamos… nos vamos a Pepe Negrete… Allí, en el primer piso de esta pequeña casa-librería y sentado en su sillón de mimbre junto al balcón, encontrábamos a Pepe Negrete, siempre leyendo. Su aspecto reflejaba la humanidad del sabio, atesorador de muchas lecturas, poseedor de muchos años vividos. y de una gran cultura. Yo le conocí ya anciano, pero sé que fue un gran activista de la cultura en aquellos años sombríos del pasado.
LaLibrería de Pepe Negrete fue uno de los reductos culturales de la Málaga de los años oscuros del franquismo. Según me han contado,Pepe Negretefue el gran conseguidor de libros prohibidos de la época, publicados en editoriales de Latinoamérica o en París; y su trastienda fue un lugar de encuentro para los intelectuales amantes de la cultura de aquella Málaga, de la que se decía que por cada mil tabernas, solo había una librería. Cuentan también, que su hemeroteca atesoraba cien años de publicaciones.
He rebuscado en mi biblioteca y he encontrado un libro que compré en su librería; es Fiesta, de Hemingway; lo abro y en su primera página encuentro estampado mi ex-libris y una nota que dice: Comprado en la Librería Pepe Negrete (Málaga) el 18 de septiembre de 1986.
En aquel momento, nada presagiaba que sería el último libro que compraría allí, porque, al año siguiente, cuando volví en otoño, la librería estaba cerrada…Pepe Negretehabía muerto el 15 de octubre de 1987. Aún hoy, cuando paso por allí, me sigo parando delante de la fachada y levanto la vista hacia el balcón, y -a veces- me parece ver la silueta dePepe Negretesentado en su sillón de mimbre… leyendo, como siempre.
Las Misiones Pedagógicas fueron un proyecto educativo español creado durante la Segunda República Española e inspirado en la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza, que se iniciaron en 1931 y finalizaron con el comienzo de la guerra civil en 1936.
Cuando en España el nivel de educación era muy inferior al de otros países europeos -el 44,3% de la población de España era analfabeta- y se localizaba principalmente en el ámbito rural, con escasos medios y miseria, fue cuando se comenzó a desarrollar este proyecto que derivaría en la creación de más de 5.000 bibliotecas en poco tiempo. Fue un tiempo donde, por primera vez en nuestro país, la cultura se extendió como un bien común y no como algo reservado para las clases más privilegiadas.
En 1931 no había apenas bibliotecas públicas en España, y ninguna escuela rural contaba con libros infantiles y rara vez para adultos. La labor emprendida por el Patronato de las Misiones, en la que participaron de manera destacada María Moliner y Juan Vicens, fue la mayor campaña de lectura que jamás se hizo en España: se repartieron bibliotecas para adultos y niños por pueblos y aldeas a los que no se podía llegar en automóvil y donde no había luz eléctrica. Aún hoy, los más ancianos de mi pueblo, recuerdan cómo esperaban con deseo la llegada de los chicos de las misiones, que a lomos de mulas les llevaban los libros al pueblo cubierto por la nieve.
Las Misiones Pedagógicas centraron su interés en la educación de los adultos más marginados, siempre con la creencia de que el punto de máxima atención tenía que ponerse en fomentar la lectura, porque sólo sería posible eliminar el analfabetismo leyendo. Es por eso que el mayor esfuerzo estuvo dedicado a la creación de pequeñas bibliotecas en el medio rural, que permitiesen que el libro llegase a los rincones más apartados de nuestro país. Así fue como, a través del Decreto de 7 de agosto de 1931, se establecía la obligatoriedad, para todas las escuelas primarias, de contar con una biblioteca abierta y gratuita, tanto para el niño como para el adulto, bajo la tutela del maestro.
El Servicio de Bibliotecas, coordinado por el poeta Luis Cernuday los bibliotecarios María Moliner y Juan Vicens, fue el más importante de los siete que tenía el Patronato, pues a él estuvo dedicado el 60% del presupuesto del mismo en los tres primeros años de andadura, lo que permitió la creación de 5.522 bibliotecas populares.
Las bibliotecas se instalaron en localidades de menos de 5.000 habitantes, donde residía más del 40% de la población española, y preferentemente en aldeas de 50, 100 y 200 personas. Se trataba de pequeños núcleos mal comunicados con los municipios a los que pertenecían, y en los que no se contaba con ningún medio de acceso a la cultura. Cada biblioteca recibía una caja que contenía una colección de 100 volúmenes de sólida encuadernación, acompañados de talonarios para los préstamos, fichas especiales para la estadística, hojas de papel para forrar los libros y registros con indicaciones para el cuidado de los libros. Dichas colecciones se organizaban en lecturas para adultos, que comprendían obras de la literatura española y universal, pero también, libros de ciencia, técnica, sanidad o historia; y las lecturas infantiles que se componían, en su mayoría, de cuentos, libros de aventuras, de consulta y adaptaciones de grandes obras de la literatura.
Es cierto que las bibliotecasse instalaban en las escuelas, pero ello no quiere decir que se tratara de una biblioteca escolar, ya que los lotes de libros eran fruto de una selección que se iba ampliando según el gusto de los lectores de la época. De esta forma, los niños que a partir de los 10 años abandonaban la escuela para trabajar en el campo, podían acceder a continuar su escasa formación a través de la lectura después del trabajo, y lo mismo ocurrían con los hombres y mujeres adultos.
Las Bibliotecas populares, particularmente las de Cataluña y Madrid -por sus fondos y número de lectores- constituyeron un claro precedente de lo que serían las bibliotecas futuras. Todas ellas -al estar ubicadas en las escuelas- estaban a disposición de los niños durante todo el día y como complemento de la docencia, durante la jornada laboral. Una vez terminada la jornada laboral, se abrían las puertas de la Biblioteca para el resto de los vecinos, pudiendo consultar obras o disponer de los libros en casa, como préstamo. La acogida fue excelente, recogiendo una suma de lectores que ascendía entre 1931 y 1933 a más de 269.000, lo que constituyó el verdadero éxito de las Bibliotecas.
Ya se puede ver que hoy no hablo de magníficos edificios que albergan libros, pero sí de lugares que albergaron tesoros que hicieron posible el acceso a la lectura de un numerosísimo grupo de personas que, de no haber existido estas bibliotecas, habrían seguido sumergidos en la más absoluta ignorancia.