Me gusta salir de casa con tiempo y disfrutar del camino que me lleva hasta su colegio. Hoy hace frío por primera vez este año y por eso me cruzo de acera, para poder bajar por la zona más soleada, sintiendo el tibio calor del sol en la espalda.
Aún no hay nadie esperando. Falta más de un cuarto de hora para que abran la puerta que nos permitirá llegar hasta el lugar donde recoger a los más pequeños. Mientras tanto me siento en el banco que hay frente a la puerta, a una distancia suficiente que me permite observar lo que ocurre en el recinto del colegio. No se oye nada, todo está en silencio, parece mentira que dentro haya centenares de niños, porque sólo escucho el canto de los pajarillos que vuelan de árbol en árbol.
Me encanta este momento de espera que aprovecho para observar todo lo que va ocurriendo. Comienzan a llegar los primeros abuelos y abuelas, también los primeros padres y madres, muchos de ellos con carritos que llevan a los hermanos más pequeños. Los padres y madres hablan entre sí y comentan los avances de sus pequeños escolares.
Empieza a notarse el movimiento en el gran patio que rodea los diferentes pabellones. Veo a las cuidadoras que salen en busca de los pequeños que comerán en el comedor del cole. Ya veo que aparece el primer tren de pequeñines. Todos en fila, agarrados del faldón del abrigo del compañero que va delante, y entre ellos veo a Kilian, con paso firme, carita risueña y en perfecta sintonía con el compañero que le precede, y cediendo el faldón de su abrigo a la compañera que va detrás. Me escondo para que no me vea, no quiero que mi presencia rompa la armonía de lo cotidiano. Unos puestos más atrás una niña tropieza y se cae. Todos acuden solícitos a ayudarla. Parece mentira que con sólo tres años que tienen, ya sepan que hay que ayudar al que se cae. Rápida, la cuidadora que dirige el tren acude en su auxilio. Sin gritar les pide que por favor vuelvan a su sitio, que ya se ocupa ella. No ha sido nada así que, unos segundos después, el tren reanuda su camino hacia el comedor.
Mientras observaba a estos pequeños, se ha ido formando un grupo un poco más allá. Son más mayores, ya tienen cuatro años, y entre ellos veo a Víctor, el victorioso, con el abrigo sin abrochar, desafiando al frío, pero está contento, feliz con esa carita de observarlo todo y no perderse nada. Lleva una carpeta debajo del brazo, estoy segura de que son trabajos que ha ido realizando en clase. La lleva con cuidado, deseoso que mostrarles todos sus logros a sus papás.
Ya han abierto la pequeña puerta por la que tengo que entrar a recoger a mi nena bonita, que ya tiene tres años. Mientras atravieso el patio la observo con sus compañeros y con su profesora, que cuida de que cada uno de ellos sea recogido por la persona adecuada. Voy despacio, no quiero que termine este momento tan agradable. Me gusta mucho observarla, como se expresa con sus amigos. Me encanta su carácter abierto y comunicativo y que le guste participar en todo lo que se le proponga. Ya estoy cerca, me ha visto y su carita se ilumina con una preciosa sonrisa. Me da un abrazo enorme y fuerte, como si hiciera mucho más que unas horas desde que nos hemos visto. Ese abrazo me llena de energía y de amor. No puedo ser más feliz.
Mientras se quita las botas para vaciarlas de la arena acumulada en el patio, me cuenta que hoy ha aprendido una letra nueva, es la E, la que parece un peine. Sonrío emocionada al ver lo contenta que se pone cada vez que aprende algo nuevo.
Emprendemos el camino a casa. Ahora no tenemos que ir supercorriendo, como esta mañana verdad, abueli? -me pregunta. No, aunque no debemos entretenernos, que mamá nos espera para comer -le contesto.
Le da tiempo a coger unas hojas que el otoño ha desprendido de los árboles. Para mamá, para papá, para Julia… y ésta para ti, abueli. Nos vamos contentas para casa. Llevo la hoja en una mano y en la otra la manita de la pequeña Olaya. Vamos andando por la acera del sol y, mientras ella me va contando lo que ha hecho hoy en clase, yo pienso que, otra vez, he logrado arrancarle a la vida uno de esos momentos, de esos de felicidad plena.
29 de noviembre de 2017 en 09:17
Precioso texto, precioso momento!!
Besos.
29 de noviembre de 2017 en 10:39
Gracias, Alberto.
Son esos momentos que tenemos que disfrutar.
Besos lectores.
29 de noviembre de 2017 en 09:20
Siesqueeeeeee… está para comérsela, no mujer, a la niña no, a la abueli…! Petonets.
29 de noviembre de 2017 en 10:42
Jajaja, Josep.
Con este y otros momentos similares y sencillos encuentro la felicidad.
Besetes lectores.
29 de noviembre de 2017 en 10:08
Que bonito Chelo y que bien lo cuentas. Un abrazo.
29 de noviembre de 2017 en 10:31
Muchas gracias, Manu.
Son esos momentos que, si no estamos alertas, nos pasan desapercibidos.
Besos lectores.
29 de noviembre de 2017 en 10:38
Me ha emocionado mucho, será que estoy sensible, será que ya tengo edad de ser «abueli», serà que te he leído la felicidad. Precioso texto amiga. Millón de besos.
29 de noviembre de 2017 en 10:44
Gracias, cielete.
Con estos momentos sencillos encuentro la felicidad.
Besitos lectores.
29 de noviembre de 2017 en 11:08
Hermoso y entrañable texto, querida Chelo. Un abrazo fuerte.
29 de noviembre de 2017 en 12:26
Gracias, Isabel.
Es bonito escribir sobre las sensaciones que nos producen algunos momentos.
Besitos lectores.
29 de noviembre de 2017 en 13:17
Que hemoso.
Has hecho que rodaran las lágrimas.
Me siento totalmente identificada contigo.
Un besito fuerte.
29 de noviembre de 2017 en 18:24
Muchas gracias. Me alegra saber que te ha gustado.
Si todos nos paráramos a disfrutar de las cosas sencillas de la vida, el mundo estaría menos lleno de envidiosos que necesitan momentos de gloria para ser felices.
Un besito grande con abrazo.
4 de diciembre de 2017 en 22:33
Es como un pequeño cuento….preciosas tus formas y entrañable su contenido….me ha encantado!!!!…besos con alas muuuuuchas alas
8 de diciembre de 2017 en 11:55
Gracias, alitas.
En ocasiones la realidad es una preciosidad que no debemos desaprovechar.
Besos que van volando.
7 de diciembre de 2017 en 11:58
Me ha encantado tu relato, me he sentido identificada en momentos y sentimientos.
Que gran regalo nos da la vida en estos pequeños sorbos de felicidad
Un abrazo muy fuerte
8 de diciembre de 2017 en 11:57
Gracias, Cris.
Cuánta razón tienes. Son momentos que, si no estamos atentos, nos pasan desapercibirdos.
Besos con abrazo.