El paisaje pasaba rápido a través de la ventana del tren. Atrás iban quedando los campos que, de forma tan bella, describió el gran poeta Machado en sus versos. Mientras, ella, con la mirada perdida en el cristal recordaba los días vividos.
Como cada verano, desde hacía unos años, pasaba unos días acompañando a sus padres en la casa familiar, que siempre acogía a todos y donde todos eran bien recibidos. En esos momentos disfrutaba de todos ellos, de la naturaleza y de la tranquilidad, rodeada de tantas personas queridas. Ahora regresaba a casa y al mismo tiempo volvía de casa.
Hacía unos días -cuando llegó- descubrió en uno de los cuartos de baño el barreño azul de los niños, y pensó que no era posible que aún existiera aquel objeto que había sido la bañera de todos sus sobrinos y de sus propios hijos. En resumen, había sido la bañera de los bebés de la familia.
En ese preciso momento desfilaron por su memoria multitud de imágenes, que pasaban como una sucesión de fotogramas, y que se remontaban a la infancia de sus sobrinos e hijos cuando pasaban parte del verano con sus abuelos: los chapuzones en el río, las carreras en bici, las lecturas de la siesta, las meriendas en el monte, los disfraces, los juegos en la calle después de cenar…
Estaba tan sorprendida que le preguntó a su madre -convertida en abuela y ahora también en bisabuela- y la madre le respondió que sí, que estaba nuevo porque lo había guardado en el desván envuelto en una colcha vieja y que era el barreño que compró cuando estaba a punto de nacer su primer nieto y relató detalladamente el momento de la compra. ¿Te acuerdas? le preguntó a su marido, el hombre con el que llevaba compartidos los buenos y los malos momentos de toda una vida, desde hacía casi setenta años. Pero él, sentado en su sillón, no se acordaba.
Ella seguía observando la escena y a sus padres -nonagenarios ya- y veía sus miradas embelesadas, siguiendo con emoción la alegría de los primeros pasos de su bisnieto y la primera sonrisa que les regalaba su bisnieta, mientras su madre acariciaba la barriga que cobijaba a su tercer bisnieto, que nacería antes de que llegaran las nieves.
Cuando ella levantó la mirada se encontró con la de su hermana, que también observaba la escena desde otro punto del gran salón. No hicieron falta palabras, sólo una leve sonrisa mezcla de alegría, emoción y nostalgia, con la que ambas -convertidas ya en abuelas- se dijeron que había llegado el momento de hacer el relevo, que había llegado el momento de cuidar de la familia y del barreño azul de los niños para que siguiera siendo la bañera de los bebés de la casa.
octubre, 2014 © chelopuente
30 de octubre de 2014 en 08:20
Una historia muy emotiva…..
30 de octubre de 2014 en 08:53
Un beso, Rosa.
30 de octubre de 2014 en 08:33
Que bellas historia y que real, la casa matriz…, genial.
30 de octubre de 2014 en 08:52
Sí. Una casa a la que volver siempre.
Buen jueves.
30 de octubre de 2014 en 08:59
Tradición de familia , a través de un bañero azul…
Muy sugerente !
30 de octubre de 2014 en 09:03
Son las cosas que perduran, pasando de generación en generación.
Un beso, querida Anna.
30 de octubre de 2014 en 10:01
Muy buena tu entrada y me hace pensar en casa, yo también tengo un barreno azul para la ropa y a mi nieto mayor de pequeñito lo bañe un día y luego siempre me pedía cuando venía a casa bañarse en el, hasta que un día le hice comprender que ya no cabía, el insistió, lo intento y se dio cuenta que se estaba haciendo mayor y ya no lo podía utilizar jajajaja.
Un abrazo muy fuerte
Cristina
30 de octubre de 2014 en 10:19
Jajaja, son geniales los niños.
La historia de este barreño azul es mu simbólica, es la permanencia de algunas cosas a través de lis tiempos.
Un beso enorme.
30 de octubre de 2014 en 10:21
Una bonita historia. ¿ y había que ir a la fuente a por agua , quizá?
30 de octubre de 2014 en 10:53
Ya lo creo que sí, Javier. Al principio había que ir a la fuente a por el agua y calentarla en la cocina para poder bañar a los bebés de la casa.
30 de octubre de 2014 en 11:01
Cachuentó a mi me bañaban en uno de zinc pero por un momento he revivido como aquel bote de aluminio regaba mi cabeza con agua tibia… Parece mentira como el cerebro puede volver a rebuscar sensaciones…
Muchas gracias…
30 de octubre de 2014 en 14:45
El cerebro siempre está activo para recuperar todos esos recuerdos.
Un beso jupiteriano.
30 de octubre de 2014 en 11:36
Ay, esa casa familiar-nido de los veranos! Cuántos maravillosos recuerdos… Entre faena y faena me he sentado a leerte y me has hecho revivir tantas cosas…Muchas gracias , querida Chelo !!! Me ha encantado el fondo y la forma y el gran sentimiento que viertes.
Un abrazo grande.
30 de octubre de 2014 en 14:47
Llegó el momento de hacer el relevo para que los buenos momentos se sigan disfrutando.
Buena tarde, querida Bárbara.
30 de octubre de 2014 en 12:59
Muy bonito y nostálgico tu relato, Chelo! La permanencia de las cosas es lo que nos une a nuestro pasado. Y si además, aún existen tantas personas para disfrutar ese recuerdo, entonces es perfecto.
Un beso grande, querida…
30 de octubre de 2014 en 14:51
Recuperar los recuerdos y vivir los nuevos momentos y si puede ser acompañados por todos, es precioso.
Besos y más besos, querida amiga.
2 de noviembre de 2014 en 13:32
Me encantó!
3 de noviembre de 2014 en 00:03
Muchas gracias, Julie!
3 de noviembre de 2014 en 18:48
Eras Grande en Madrid y sigues siéndolo allá donde vayas.
3 de noviembre de 2014 en 21:29
Ay Jose, que cosas tan lindas me dices, siempre fruto del cariño.
Un abrazo, querido amigo.
4 de noviembre de 2014 en 14:55
Chelo que hermosa historia, recuerdos que nunca se olvidan. Muchas veces puede ser un barreño azul u otro objeto el que cuando te encuentras con el y casi te grita al oido que en el hay historias que contar o revivir!
Un gran abrazo y un enorme placer el volver a tu blog!
4 de noviembre de 2014 en 15:40
Así es! La visión de un objeto o la sensación de un olor hace que afloren los recuerdos de momentos vividos.