¿Quién se escondía debajo de esa apariencia de conquistador? -se preguntó aquel día. Ese mismo día decidió emprender la tarea de saber quién era realmente aquel hombre que se protegía tras una fuerte armadura. Enseguida descubrió a un hombre delicado, culto y con una sensibilidad que rozaba lo excepcional… y se alegró del descubrimiento.
Lewis Carroll – Daresbury, Cheshire, 1832 – Guildord, Surrey, 1898
Ilustrado por Rebecca Dautremer.
Edit. Edelvives
«- Debes decir lo que piensas -dijo la Liebre de Marzo. – Ya lo hago -se apresuró a replicar Alicia. O al menos… al menos pienso lo que digo… viene a ser lo mismo ¿no?. – ¿Lo mismo? ¡De ninguna manera! -dijo el Sombrerero- ¡En tal caso, sería lo mismo decir veo lo que como, que como lo que veo! – ¡Y sería lo mismo decir -añadió la Liebre de Marzo- me gusta lo que tengo, que tengo lo que me gusta…»
Si tienes la oportunidad de leerlo, léelo y sobre todo admíralo, porque para admirar son las maravillosas ilustraciones de Rebecca Dautremer. Pero si puedes tenerlo, no lo dudes, es una joya con la que podrás deleitarte una y otra vez.
«Yo también quería decirte que, suceda lo que suceda, podés contar conmigo… Sé que estás pasando momentos difíciles, pero tengo confianza en que vas a salir de esta situación fortalecida. Yo que te he visto superar tus dudas e inquietudes sé que tengo razones para confiar en vos, razones para respetarte. Optaste por unirte a nosotros, arriesgarlo todo, poner tu vida en la línea de fuego. Éso tiene valor y yo te prometo luchar porque se te permita participar por tus propios méritos… porque lo merecés».
Fragmento del libro La mujer habitada
Gioconda Belli – Managua, 1948.
Este es un miércoles de poesía especial. Hoy dedicaré este poema de Gabriel Celaya a Santiago Carrillo, que murió ayer a los 97 años… RIP…
Fue un placer haberle conocido… ¡¡hasta siempre don Santiago!! .
La poesía es un arma cargada de futuro
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto, con el rayo del prodigio, como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos, y calculo por eso con técnica qué puedo. Me siento un ingeniero del verso y un obrero que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos
Gabriel Celaya – Hernani (Guipúzcoa), 1911 – Madrid, 1991.
Como cada 5 de enero, habían pasado todo el día los cuatro juntos, habían comido fuera, habían visto la Cabalgata y habían vuelto a cenar a casa.
Desde que nacieron los niños, se tomaban ese día libre, era su día mágico. La secretaria de ella sabía que para el 5 de enero no había citas, no había reuniones, no había viajes, no había nada. Él sabía que para ese día, había que hacer lo que fuera para tenerlo libre, cambiar guardias si fuera necesario.
Hacía horas que los niños estaba acostados y por fin parecía que dormían. Ellos se habían tomado ya su botella de cava, con los trozos de roscón que habían dejado para los Reyes, teniendo la precaución de dejar migas delatoras sobre el mantel de la mesa de la cocina, junto a los tazones de colacao que se habrían bebido los Reyes en su noche de peregrinaje, repartiendo regalos. Fue entonces cuando decidieron que era el momento de bajar todos los regalos de uno de los trasteros de la buhardilla, el único sitio que se cerraba con llave en aquella casa de puertas abiertas. Comenzaron a colocarlos donde siempre, sobre la alfombra, delante de la chimenea, los cuatro pares de zapatos en la entrada, perfectamente alineados, y cuando todo estuvo listo, se acostaron.
A la mañana siguiente, como siempre, serían poco más de las siete, cuando los dos críos llegaron al dormitorio de sus padres, empezaron a zarandearles, a levanterles los párpados, gritando ¡¡despiértate, levántate, que ya han venido los Reyes!!.
– A ver, a ver… ¿dónde están mis regalos? – gritaban los críos.
– Este, no… estos son los de las yayas… Todos éstos son los de los primos… Estos los de los tíos… ¡¡Éstos, éstos!! -y comenzaron a abrirlos.
– ¡¡Oh, que precioso es mi regalo!! – dijo ella al ver aquel bolso que tanto le gustaba y que no se compró porque le parecía demasiado caro.
Fue entonces cuando…
– ¡¡Mami, mami!! no has abierto tu regalo – dijo el niño pequeño.
– Sí, sí, mamá lo ha abierto, es el bolso que venía en esa caja grande – dijo su padre.
– No, no… aquí hay otro! y otro para ti! – dijo el pequeño, protegido por la cómplice sonrisa de su hermano, tres años mayor que él.
Állí, en una esquinita de la chimenea, había dos pequeños paquetes, que con letras infantiles ponían «mamá» y «papá», totalmente desconocidos para sus padres… Y ésa fue la forma en que aquel pequeño de 9 años, mágicamente asesorado por su hermano, les quiso decir… ya lo sé todo, pero sigo creyendo en la magia…
Muchos años después, han cambiado algunas cosas, pero aún la noche del 5 de enero, cuando todos duermen, entre sueños, se oyen pasos por el pasillo… son los Reyes Magos que llegan a dejar sus regalos… Shchiss no te despiertes, no te levantes, no abras lo ojos, que se rompe la magia.
«En otros tiempos, para saludar a las señoras no se les estrechaba la mano sino que se besaba su dorso. Esta norma tradicional, que en puridad sólo se aplicaba a mujeres casadas y en lugares bajo techo, ha comenzado a caer en desuso». De todos modos, es conveniente conocer su mecánica, pues en algunas ocasiones se sigue utilizando (¿sí?). Las reglas clásicas son las siguientes:
1 – Solamente se besa la mano en lugares cerrados, nunca en la calle.
2 – El Caballero deberá inclinarse sobre la mano de la dama, quien la levantará un poco para facilitarle el gesto.
3 – El beso no debe ser sonoro ni, desde luego, húmedo.
4 – Si la dama lleva guantes, no procede este tipo de saludo.
5 – Nunca se besa una mano a través de una mesa.
Hoy en día, muchas mujeres tampoco desean ser besadas… ¡¡cómo que no!!, ah!, que se refiere a los besos en la mano…
Te escribo corriendo, que hoy voy volada de las cosas que tengo que hacer, pero no quería que pasaran más días sin escribirte, y es que te tengo que contar una cosa muy importante, sí… ¡¡ya no me voy a cambiar el nombre!!. Ya sé lo que estás pensando, sé que estás pensando ¡¡santa madonna, con la de gestiones que he hecho!! o mejor, seguro que tú eres más de estar pensando… ¡¡collons, qué caprichosa esta chica!! pero todo en catalán, claro.
Es verdad que todos estos días tú me decías que no me cambiara de nombre, que la cosa no era para tanto, pero claro, yo me pensaba que tú me lo decías por cariño, para que no estuviera triste, en fin, sin objetividad.
Pero no te enfades, que te voy a explicar por qué ya no me cambio de nombre…
Bueno, pues fui a la cita con el abogado, sí ese amigo de tu familia, el que me iba a gestionar el cambio de nombre. Pues éso, que fui a la cita, allí en el mismísimo Passeig de Gràcia, esquina a Carrer d’Aragó, no, esa esquina no, que esa esquina es la de la tienda preciosa, que claro me mandas a unos sitios que me pierden, que ya sabes que el Passeig de Gràcia me encanta, por la Casa Batlló y por las tiendas, pero dejo ese tema que me despisto.
Pues como te decía, el abogado me dijo que «no había causa objetiva que justificara elevar la petición de cambio de nombre», así, exactamente eso me dijo. Él decía que, total porque alguna vez me hayan llamado Charo en lugar de Chelo, no es motivo suficiente. Ni siquiera es motivo que la RAE elimine la ch porque ya sabía que, incluso en ese caso, me habían llamado Cielo, y que éso debería considerarlo un halago en vez de una confusión.
Además, me dijo que había consultado con un asesor de imagen, y que le había mandado mi foto, sí esa tan bonita que tú me hiciste, y el asesor ha dicho que no ve claro que Lorelayescarlatta, fuera un nombre apropiado para mí, vamos, que no va con mi estilo, que yo lo que creo que me quería decir es que aunque me llamara Lorelayescarlatta, pues que no sería glamurosa, pero en educado.
Y, claro, éso me ha decidido a no cambiarme el nombre, porque no es lo mismo que me lo dijeras tú, que me lo decías por cariño, que me lo diga un honorable abogado de ilustres apellidos laietanos unidos por una «i», y éso, lo tienes que entender. Así que, con lo que me ahorré en el cambio de nombre, me compré un bolso… no hombre, en el bufete no, que tienes unas cosas… en la otra esquina, en la tienda preciosa.
Pues éso, que… con mi nombre viejo y mi bolso nuevo, me volví para Madrid.
Otro día ya te escribo con más tiempo y te cuento más cosas.