Acababa de pasar la Navidad, nuestra primera Navidad, porque soló hacía un mes más o menos que había abierto la librería, cuando una amiga me dijo que llevaba mucho tiempo buscando un libro que no encontraba, y que si yo podría encontrárselo. Hice las primeras investigaciones, y comprobé que el libro estaba agotadísimo y ya descatalogado, por lo que encontrárselo iba a ser casi imposible.
Sin embargo, recordé que cuando estaba a punto de abrir ya la librería, desde nuestra Central, me habían ayudado a conseguir un libro en el que yo tenía un interés personal, una primera edición en v.o., y que, para conseguirlo, me habían puesto en contacto con un chico aquí en Madrid que tenía un ejemplar, así que, aunque sólo le conocía de éso, decidí recurrir a él en busca de ayuda.
Casi imposible poderlo conseguir –me dijo- pero si me entero de que alguien lo tenga, te aviso. A los pocos días me llamó y me facilitó varios teléfonos de colegas suyos que trabajan con libros descatalogados, para que les preguntara, así que comencé mi ronda de llamadas, hasta que di con alguien que, al parecer tenía un ejemplar en su librería de Sabadell. Hablé con él por teléfono y me confirmó que sí que lo tenía y que me lo enviaría.
Mientras transcurría nuestra conversación me preguntó varias veces si nos conocíamos, que mi voz le resultaba familiar, que él era especialista en reconocer voces. Me contó que estaba haciendo la tesis sobre la influencia de la voz en la transmisión de emociones. Le dije que no, que no era posible que nos conociéramos porque yo acababa de llegar al mundo de los libros.
Recibí el libro con una inmensa alegría porque sabía lo importante que era para mi amiga, como comprobé cuando se lo entregué. Dado que, como me decía mi abuela, soy más cumplida que un luto, le volví a llamar para agradecerle la rapidez con la que me había enviado el libro y la ilusión que le había hecho a mi cliente, el que le hubiera conseguido este libro que tanto deseaba, que me había hecho mucha ilusión, como librera primeriza, habérselo podido conseguir, y éso gracias a él.
Fue entonces cuando me dijo… ¿sabes una cosa? no serás sólo una llibretera, porque eres una vendedora de sueños… y además, ahora ya sé de qué te conozco, he escuchado tu voz en entrevistas de radio y en ellas también vendías sueños…
Chelo Puente, abril 2011
